Por el río de la vida humana discurren tiempos diversos, integrados en el cauce del presente. Algunos órganos y sistemas siguen plenamente vigentes inmediatamente antes de la muerte y, aún después de morir, algunas células, como las de la matriz ungueal y el cabello, pueden sobrevivir durante meses.
La edad cronológica puede no coincidir con nuestra edad biológica, aun en plena juventud podemos apreciar cuerpos envejecidos, y es posible tener un cuerpo pleno de vitalidad en la tercera edad. Igual ocurre con nuestros campos mental y emocional. El envejecimiento emocional, caracterizado por el desencanto con la vida, puede asociarse a una vigorosa inteligencia cognitiva.
Porque estamos hechos, no de carne y hueso, sino de tiempo, de fugacidad, cuya metáfora inmediata es el agua”, José Luis Borges.
Toda nuestra biología se expresa en vibraciones rítmicas, tiempos interiores que producen la profusa diversidad unificada en el presente de la vida.
¿Qué tal si pudiéramos sentir más allá de las edades relativas, expresadas en los ritmos y melodías de nuestra biología, la partitura de la música única que vibra en cada vida? Entonces, el cuerpo no tendría edad y en nuestra mente, sumergida en la profundidad del tiempo vertical, aparecería la eternidad de los instantes. Entonces, sin tiempo, sin edad, ya no seríamos sólo el tiempo horizontal que discurre en nuestro cuerpo, ni estaríamos irremisiblemente atrapados en una prisión de materia y de energía. Entonces, sumergidos en el arquetipo del no tiempo que contiene todo tiempo, podríamos sentir la dimensión profunda del presente, allí donde más allá de la muerte y de la vida cotidiana, la Vida permanece.
¿PASA EL TIEMPO?
Cuando el río de los días pasa y crece, hay algo que en nosotros permanece. Llegamos al final de nuestro cauce. Se insinúa el mar. Como si la madurez representara la mayor profundidad del agua de la vida, cuando parece que nos hundimos físicamente, en verdad emergemos desde la serenidad del ser. Esto que llamamos nacimiento se parece mucho a la muerte. Esto que llamamos muerte es en realidad renacimiento. ¿Por qué esperar a nacer o a morir, si entre las orillas del nacimiento y la muerte unidos al cauce del presente el río de la vida pasa y crece?
Todo pasa y nada queda pero lo nuestro es pasar…”, Antonio Machado.
¿Se mueve el tiempo? ¿Nos movemos nosotros y aparece el tiempo? Miramos hacia atrás y el pasado se revela. Miramos hacia adelante y el futuro se recrea. Miramos al que mira y aparece en presente la conciencia reflexiva que se mueve para crear distintas variedades de sí misma. Pero cuando la conciencia se aquieta descubre en el vacío el misterio de la luz. Descubre, fuego sagrado del tiempo interior, el misterio insondable del amor: Todo está hecho de uno mismo. Uno mismo está hecho de todo. En el centro del vacío y el silencio, el milagro de la creación sigue sucediendo.
Al regresar al interior, dejamos de ver las sombras que se crean cuando la luz se proyecta al exterior y aparece en presente el núcleo radiactivo del amor. Allí no es posible perder el tiempo. No es posible perder esta vida que está hecha de tiempo. Allí el tiempo es la sustancia que compone la sustancia. En la profundidad de los instantes, un atisbo de eternidad y de presencia.
CÓMO PASA EL TIEMPO
No existen tres tiempos, sino sólo tres presentes: el presente del pasado, el presente del presente y el presente del futuro”, San Agustín.
El tiempo se inscribe en nuestro espacio, se transforma en anatomía, se mueve en la fisiología. Siempre pasa, aunque casi siempre pase inadvertido. Un día su huella será desgaste, memoria, nostalgia u olvido. Será en todo caso vida. Aprendizaje siempre. Podrá ser un tiempo siempre nuevo en el instante o el tiempo envejecido de lo que sólo transcurre por los días grises del pasado, repetidos. Depende de uno mismo no dejarlo congelado en el pasado, no dejarlo escapar a un futuro inasible. Depende de uno mismo hacer del tiempo real lo tangible, lo presente y lo posible. En cada instante si no nos perdemos de nosotros, vamos muriendo y naciendo al mismo tiempo, porque como decía el inolvidable Borges: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho/El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río/es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego…”.
Seguirán pasando los instantes dejando sus huellas en esta biología. El amor, como una nota de fondo, portará todas las vibraciones de este cuerpo convirtiéndolo en la sinfonía de la presencia impresa en el núcleo de cada una de las células.
EL FUTURO QUE HEMOS SIDO
A lo mejor podemos decir también que en presente ya somos el futuro que hemos sido. ¿Cómo será el futuro?: cómo nosotros mismos lo hayamos decidido. Será corriente, torbellino, amor, pasión, dolor, gravedad y levedad unidos hasta el nivel molecular de cada célula. El futuro será como la vida, o sólo muerte lenta y agobiante. El qué de la vida y de la muerte posiblemente estén inscritos en el programa celular. Esto es un asunto del tiempo horizontal que une el pasado y el futuro a través de nuestra biología. El cómo es un asunto enteramente nuestro. ¿Cómo le pasamos nosotros al tiempo? ¿Se podría envejecer sin perder la frescura? ¿Será factible madurar sin perder la inocencia? ¿Será posible morirse sin perder la vida?
Dar la vida pareciera ser en todo caso la sola condición de recibirla.
Si no hubo un principio ni habrá un término/si nos aguarde una infinita suma/ de blancos días y negras noches/ya somos el pasado que seremos”, Jorge Luis Borges.
¿CÓMO SERÁ EL FUTURO?: CÓMO NOSOTROS MISMOS LO HAYAMOS DECIDIDO
LA BIOLOGÍA DEL TIEMPO
Nos envejecemos. Rejuvenecemos. A los cuarenta, cuando hace unos siglos ya esperábamos la muerte, hoy estamos plenos de vida, de provenir y de presente.
A los 50 el climaterio no nos jubila sexualmente. A los sesenta no es ahora la tercera edad. Ha cambiado el tiempo objetivo en el cuerpo, pues hemos cambiado el tiempo subjetivo. Y el sujeto que somos. ¿Podemos combatir la edad, el tiempo? ¿Acaso podemos impedir que pase este segundo? Los relojes de la biología en el núcleo supraquiasmático del hipotálamo, en el corazón y en cada célula, están midiendo el tiempo interno y ajustan automáticamente los ritmos a la luz, a la sombra, a la vibración del alimento, a la epigenética que mueve nuestro genoma. Pero nosotros somos los intérpretes de esa música potencial inscrita en la biología.
Morimos ya un poco antes de nacer. Muchas células que no se conectan se mueren en el cerebro antes de nuestro nacimiento. Envejecemos desde que nacemos. Renacemos cuando las células viejas se recambian en el cerebro como en todo el cuerpo. Como si la clave de la vida fuera conectarse, cada vez que encontramos en nosotros algo nuevo nos enchufamos al universo. Renacemos. Hemos de morir para vivir. Hacer el vacío para ordenarnos. Encontrar las pausas para establecer los ritmos.
Envejecemos, al tiempo que vamos renaciendo en cada muerte celular que crea el vacío para un nuevo nacimiento. Es el vacío que podemos crear en cada renuncia. En cada duelo. En cada nueva conexión cerebral.
El espacio-tiempo va desplegando su programa implícito en el cuerpo. Así florecemos y maduramos. Así, en el verano de la vida, fructificamos. Así, un día, con la liberación de las semillas desde el fruto maduro de la vida, aparecerá la muerte, ese surco en que germina el fruto de la eterna juventud porque las semillas son eternas. En los hijos continúa la vida. Perdura en la conciencia que ha quedado sembrada en la tierra, en la cultura. En el campo cuántico o el inconsciente colectivo. En el todo que prolonga el uno mismo.
¿Qué tan viejos somos? ¿Cuántos años han discurrido, cuántas divisiones celulares?
¿Cuánto ruido, toxinas, inflamaciones, estrés, insomnio, radicales libres, circunstancias, radiaciones ionizantes o emocionales? Tantas son las variables que si nos dedicáramos a controlarlas no tendríamos tiempo de vivir. A veces estamos tan bien aleccionados para controlar el envejecimiento que cuando la muerte del cuerpo nos alcance no habremos tenido tiempo de vivir. Cuánto hemos cambiado. ¡Cuánto hemos vivido! ¡Cuánta vida nace a borbotones cuando decidimos ser lo que de verdad somos! El cuánto se disuelve en el cómo y es lo que importa; la cualidad de la vida ¿Cómo vivimos este día, este instante, ¿cómo damos este paso que contiene todo nuestro pasado y nuestras metas? ¿Cómo encontrar en cada meta un nuevo punto de partida?
La muerte del cuerpo es ineluctable. Lo que cuenta es cómo nos morimos. Resistirse a la muerte es resistirse a la vida. No nos lo podrá decir sólo la biología. La edad verdadera se insinúa en el brillo de los ojos, en la sonrisa, en la pasión por la vida.
Uno puede ser nuevo, aunque esté viejo. Uno puede vivir enamorado, aunque no existan los motivos aparentes. Uno puede estar renaciendo en cada muerte y aceptar la muerte, la gran muerte y los pequeños desapegos, como una transición hacia la vida.
La edad verdadera se insinúa en el brillo de los ojos, en la sonrisa, en la pasión por la vida
Nos quedan muchas preguntas, y ojalá siempre queden, pues las preguntas en la vida son la única clave para que la vida sea lo que es: un proceso continuo de búsqueda. ¿Cómo se relacionan pausa y ritmo, reposo y actividad, luz y oscuridad? ¿Ritmos fisiológicos y psicológicos tienen algún tipo de correlación? ¿Existe un ordenador central de los ritmos? ¿Tiene edad el alma?
¿Cuál es la duración posible de la vida humana: ¿100 años, 120…? ¿Importa acaso si duramos y cuánto? ¿Es vivir durar? A lo mejor importe más lo que hacemos entre tanto. Lo que somos entre tanto.
La vida ya es perfecta o imperfecta, lo importante será lo que hagamos con ella. Casi nada sabemos de su fuerza misteriosa que trasciende con mucho la mera biología.
Casi nada sabemos del ser humano que está ya a años luz de lo meramente homínido. Podríamos prolongar los años, lo que no significaría por sí mismo mejorar la calidad de la vida. Lo que al fin de cuentas cuenta no es cuánto hemos vivido sino cómo. Dar más vida a los años es el objetivo de un buen envejecimiento. Y esto depende más de cómo vivimos, de la profundidad e intensidad de nuestro tiempo, que de la cantidad de años acumulados.
El cauce del cuerpo también determina la dirección de los procesos psíquicos. No están aislados. El sentido de la vida se inscribe en los sentidos y en el cuerpo. Si jubilamos el cerebro, se jubila también la biología. Si no hacemos ejercicio se jubila el corazón. Si no dormimos no podemos contar con los mejores mecanismos de reparación dispuestos en nuestra biología. Si no nos nutrimos adecuadamente no podremos aprender el mayor propósito de la evolución que alcanza su apoteosis en lo humano. Si caemos en la prisión de la rutina, arruinamos nuestra propia inteligencia emocional. Si no conectamos la cabeza al corazón, nos habremos perdido el único aprendizaje con sentido en nuestra vida: la comprensión. Pues no basta entender, y querer no es suficiente. Comprender, que es entender, amar y, en síntesis, saber, es la condición para no perderse la vida. Para reinventar la vida, aprender, encender el fuego interior. La inteligencia y el amor son la materia prima de la sabiduría, esa condición que nos permite saborear la vida. Todas las edades pueden ser el tiempo de la felicidad. Tiempo de los instantes del alma, la presencia que nos permite experimentar la gratuidad de la gracia, ese estado de felicidad incondicional que en cada fase de la vida trae más libertad.
Artículo publicado en la Revista Vivo Sano nº17
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